Los agradecidos te acompañan
Nacionales
Durante estos días de homenaje a Fidel, nuestro sitio web estará compartiendo en varias partes el libro Ahí viene Fidel, con crónicas y testimonios sobre el homenaje póstumo que recibió el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, al paso por Cuba del cortejo fúnebre durante los nueve días de Duelo Nacional.
Las manecillas marcan las 2:13 de la tarde de este viernes 2 de diciembre cuando, por el municipio Calixto García, limítrofe con Las Tunas, entra el cortejo fúnebre del Comandante en Jefe a la provincia de Holguín.
Aquí, bajo los cedros tranquilos de Birán y en una casona sobre horcones más altos que un hombre, nació hace noventa años. A su patria chica, la tierra a la que volviera luego de 1953 en cuarentainueve ocasiones y donde pronunciara su último discurso como presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, el 26 de julio de 2006, regresa el Gigante entre un bando de palomas y un pueblo en silencio.
Ahí va el tesoro verde olivo guardado en cedro y casi finalizando el viaje hacia la raíz. Ya ha recorrido más de ochocientos kilómetros desde que salió de La Habana hace tres días.
Falta poco para llegar a la ciudad capital y ocurren fallos en el sistema de alimentación de combustible del yipi que conduce el armón. En unos seis minutos es sustituido por el que maneja el sargento de tercera Eduardo D. Zamora Batista, que viaja a unos dos kilómetros detrás, en el grupo de reserva. En la carretera queda el averiado, mientras los mecánicos lo arreglan.
Continúa el trayecto y los autos ruedan suave, sintiendo quizás el peso de la historia que trasladan. La cúpula de cristal que protege el cofre está húmeda. «Hasta ella llora», dirían algunos. El teniente coronel José Luis Peraza explicaría después que la base del armón donde iba el cofre estaba cubierta por una alfombra, la cual se mojó con la lluvia de Camagüey. Ahora, al recibir la cúpula el calor del sol, el vapor de agua baña el cristal.
Aun así el cofre es visto por todos los que desde el amanecer lo esperan. Sobre una pequeña elevación cercana a la carretera, una hilera de hombres sobre caballos con banderas azules, blancas y rojas lo ve pasar. Otra vez los monteros, ejemplos de la tradición ganadera de la región, rinden tributo al líder. En lo alto de un edificio cuelga una bandera cubana enorme y hay dos holguineros que buscan verlo mejor.
Entre la multitud está un hombre que mucho le agradece a Fidel. Aroldo García, corresponsal de Radio Rebelde, a través de un celular le cuenta a Cuba por las ondas de la emisora: «El Comandante está llegando de nuevo a Holguín como aquel día que bajo la lluvia nos habló a los orientales que nos reunimos para condenar el bloqueo en esta plaza..., como aquel día que inauguró el hospital Lenin...
»Ahí viene Fidel. Y por él aquí están los agradecidos que encontraron trabajo en la Fábrica de Combinadas Cañeras que inauguró, y los del Combinado Héroes del 26 de Julio que también fundó, los que se graduaron hace cuarenta años en la Vocacional José Martí, los que trabajan en Moa, los deportistas con los que él se reunió.
»Eso fue lo que dije, no me salía otra cosa», contaría luego el periodista al que, por esos días que tuvo ingresada a su pequeña hija a causa del cáncer, Fidel llamó por teléfono. «Aroldo, te estoy llamando para decirte que tenemos todo lo que hace falta para salvar a tu hijita, y si no lo tuviéramos, lo íbamos a buscar; pero tu hijita se va a salvar».
Y esa historia la supo Lauren, que ya tiene quince años y está bien de salud, el día después de la muerte de Fidel, cuando su padre la sentó en sus piernas y le contó todo lo que hizo por ellos el hombre que recorre Cuba dentro de una cajita.
Por las afueras de la ciudad, frente al antiguo Regimiento Militar No. 7, desde donde trasmite Aroldo a Radio Rebelde y estuvo el líder en enero de 1959 con la Caravana de la Libertad, pasa su cortejo fúnebre. Esa fortaleza, la segunda más importante de la entonces Oriente, la madrugada de ese 3 de enero vio al jefe del Ejército Rebelde reunirse allí con pobladores y combatientes revolucionarios.
Recuerda el comandante Delio Gómez Ochoa que antes de entrar Fidel a Holguín había algunos masferreristas apostados en edificios de la ciudad y zonas cercanas que no se querían rendir. «Eso representaba un peligro para su paso; pero con el apoyo de hombres del Segundo Frente Oriental Frank País, entre ellos, Pepito Cusa, capturamos a los tigres de Masferrer.
»Otro de los desafíos en su camino a Occidente fue el probable enfrentamiento con organizaciones armadas que habían combatido a Batista, como el Segundo Frente Nacional del Escambray, y tenían contradicciones con él, el movimiento revolucionario y el Ejército Rebelde», cuenta también el comandante Delio.
Junto a los retos militares en aquel viaje hasta la capital, decía el capitán rebelde Juan Nuiry Sánchez que Fidel fue también «librando batallas políticas en cada pueblo, desbaratando conspiraciones en su contra y concientizando a los cubanos en las razones de la lucha».
Cuando partió de Holguín lo que más preocupaba a jefes y combatientes era su vida. «Hasta personas que no combatieron con él en la Sierra se sumaron a su escolta y estaban dispuestos a ponerse delante de las balas para protegerlo», recuerda Gómez Ochoa.
En este territorio, a la columna victoriosa se sumó un grupo de guerrilleros del Segundo Frente Frank País, entre ellos el comandante Antonio Enrique Lussón Batlle, a quien el comandante Raúl Castro encomendó la seguridad de Fidel. Lussón, con grados de general de división, desde el asiento trasero del yipi donde viaja la escolta de honor, acompaña otra vez a su jefe.
Ocurre entonces una parada técnica de unos quince minutos en la carretera donde se abastecen los autos de combustible, meriendan los caravanistas, se limpian los vehículos y la urna de cristal.
Sobre las 5:00 de la tarde, mientras se oculta el sol que ha ofrecido un día de calor intenso, el cortejo bordea la Ciudad de los Parques y avanza rumbo a Bayamo. «¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!», corean dos gruesas hileras que le custodian el paso.
Policías y militares saludan. Los holguineros no quieren que se vaya y corren tras la caravana. En un lugar de muchos árboles frondosos la multitud apenas deja pasar los yipis y, detrás, una gran manifestación de pueblo va ocupando las calles. Sobre azoteas de casas o edificios, muros, escaleras y hasta en las rejas de las ventanas se han subido para grabar mejor el momento.
Los jóvenes corren bordeando el cortejo y, en sus celulares, la imagen del cofre y la cúpula de cristal quedan guardadas. «Fidel, los agradecidos te acompañan», se lee en un cartón con letras azules y el grado de comandante en el extremo derecho. Lo sostiene una mujer y hace referencia a la canción de Raúl Torres que, por estos días, se ha convertido en himno del dolor de Cuba por la muerte de Fidel.
Con sus manos temblorosas, una anciana vestida de negro se cubre los labios al pasar la caravana, y un niño, sentado en el techo de un bicitaxi, levanta un papel grande donde se lee con su letra casi recién estrenada: ¡Patria o Muerte!
Desde un techo una familia sujeta una jaula verde. Cuando tienen el cortejo delante, la abren y llena el aire un puñado de palomas que cruzan sobre los carros. Los niños, sentados o de pie sobre los hombros de sus padres, se asombran al ver elevarse un montón de alas sobre el guerrillero.
Un anciano con esfuerzo levanta un cartel azul con letras rojas: «Fidel tú no estás muerto, vives en mi corazón. Venceremos, Comandante». Un padre, con su brazo izquierdo sostiene a un pequeño de meses y, con el derecho, la frase: «Fidel, mi familia te agradece».
El pueblo está en la calle llenando portales y aceras. El helicóptero, donde también van cámaras fotográficas y de televisión, sobrevuela la ciudad. Con fotos del líder, banderas del Movimiento 26 de Julio, el cariño de sus hijos y un coro infinito de ¡Yo soy Fidel!, ¡Holguín es Fidel! ¡Se oye, se siente, Fidel está presente! y ¡Fidel, amigo, el pueblo está contigo! despide la ciudad a quien vio crecer durante sus primeros años de vida.
Avanza el cortejo con las últimas luces del día por los campos holguineros en busca de la frontera con la provincia de Granma. Está anocheciendo cuando deja detrás las tierras de Cacocum. En esa zona rural, casi despoblada, hay seis campesinos al pie de un camino, en silencio, con las manos detrás del cuerpo en señal de respeto.
Asombra al coronel Feijóo tantas banderas cubanas. Diría después: «Fue el municipio que más enseñas de diferentes tamaños mostró». En esa región han esperado por horas, a veces dos, tres, y en ocasiones una sola persona. Es la imagen que evoca un obrero que, mientras tiene el yipi delante, arruga la frente porque todavía no cree que Fidel vaya dentro de un cofre de cedro.
Luego vuelve el cordón nutrido a escoltar la caravana. «¡Fidel, gigante, eterno Comandante!», le gritan y alzan fotos suyas o grandes banderas cubanas. Un pequeño, desde los hombros de su papá, observa los carros con militares que llevan una cajita rodeada de flores blancas. Pasarán los años y ese niño, como muchos que han mirado el cortejo, contará a sus nietos de este día.
En el Guayabo, pueblo que limita con Cauto Cristo, en Granma, entre los cientos que despiden y aclaman, se escucha: «¡Viva Fidel!». Es el grito de una señora y su voz rajada entristece a la noche. Arriba, la clara silueta de la luna en cuarto menguante señala la ruta hasta Bayamo.
NO HAY UN SOLO ALTAR SIN UNA LUZ POR TI
Se gastan las cinco horas finales de este 2 de diciembre. Como aquella vez del año 1956, Fidel llega a la tierra que, con el nacimiento de la Revolución, tomó el nombre del yate que lo trajo desde México. Es esta la tercera noche del viaje hacia Santiago de Cuba y, con sus fríos y penumbras, igual que las pasadas desde el 25 de noviembre, será también de insomnio y gratitud.
Los cubanos están en vela por el hombre que los enseñó a soñar y hacer realidad las utopías en el camino hacia ellas. Por eso, el borde de la Carretera Central, en los sesentainueve kilómetros que comienza a recorrer el cortejo fúnebre por la provincia de Granma, está iluminado por los celulares, las voces y el cariño de miles.
Cauto Cristo recibe al jefe de los guerrilleros cerca de las 7:00. Sin temor a lloviznas ni oscuridades, sus niños, ancianos, obreros, estudiantes, amas de casa y jóvenes, con banderas repiten «¡Yo soy Fidel!». Cruza la caravana el puente de hierro alumbrado sobre el río Cauto. Solamente se ven los focos prendidos de los yipis y, a sus dos lados, se sabe de la presencia de mucha gente por sus voces, las cuales saludan y acompañan al Comandante.
Así, exactamente a las 8:00, recibe Bayamo a Fidel con un pueblo que entona las notas del himno que entregara Perucho Figueredo desde su caballo a los pobladores y el 20 de octubre de 1868 se cantara por vez primera en esa villa oriental.
El número de personas también se adivina por la cantidad de luces que mueven y describen el camino. Irradia Bayamo y no es por la llama que incendió las casas el 12 de enero de 1869, el fuego es otro. Bayamo esta noche se enciende de cariño, agradecimiento y respeto.
Muchas fotos con su imagen, carteles, banderas cubanas y del 26 de Julio, y más de un corazón enorme hecho con flores blancas o rojas se alzan en las manos de algunos. «¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!», le gritan desde balcones, techos o aceras, y corean su nombre; y la frase de «Hasta siempre» seguida de su grado de comandante dibujado en un cartel, levanta una anciana. Entre la multitud, la bandera de Carlos Manuel de Céspedes se estremece en el mástil de dos brazos y siente: «¡Fidel, amigo, el pueblo está contigo!».
De esta tierra es el capitán del Ejército Rebelde Felipe Guerra Matos, el hombre que junto a Celia Sánchez y Frank País llevó a la Sierra a grupos de revolucionarios clandestinos de Santiago para apoyar a la guerrilla en los primeros meses de la lucha en las montañas; y quien estuvo al lado del líder en la caravana de 1959.
Casi cincuentaiocho años después, afirma que el Comandante era inmenso: «Veía más allá de las fronteras. Cuando hablo de él siempre recuerdo una lección de la escuela: el horizonte no es más que la línea curva donde nos parece que se une el cielo con la tierra; pues Fidel veía más allá de esa línea.
»Su imagen deslumbraba. Era un gran lector; no había un libro que llegara a la Sierra que no lo leyera, hasta el Nuevo Testamento que mi mamá me echó en la mochila. Enérgico, inteligente, muy intranquilo, incansable; no tenía comparación con nada. Era más que un genio militar, era un genio en todo.
»En aquellos días de enero todos lo saludaban, querían que estuviera junto a ellos. Él se bajaba y hablaba con el pueblo; pero, imagínate tú, el viaje no podía detenerse. No olvidaremos jamás aquella alegría, aquel desbordamiento de gente».
Por la calle Zenea y otras avanza la caravana y llega al Centro Histórico. Pasa por la Iglesia Católica y entra al parque de Bayamo, cuna de la nacionalidad cubana. Allí, el reloj digital cercano a la casa natal de Carlos Manuel de Céspedes, con números rojos marca las 8:05 de la noche.
Mientras el cortejo da la vuelta a la antigua plaza de la villa de San Salvador, de blancas farolas y llena de niños, ancianos, hombres y mujeres que llaman a Fidel, se escuchan las notas del himno de Cuba. La música está alta, pero las voces la superan.
Está el Comandante frente al edificio donde la madrugada del 3 de enero de 1959 hablara al pueblo bayamés por los micrófonos de la emisora local Radio Bayamo, desde los balcones del antiguo Ayuntamiento, hoy sede del Poder Popular. Continúa la marcha y sale de nuevo el cortejo a la Carretera Central en busca del cuartel Carlos Manuel de Céspedes, ese que en 1953 asaltó un grupo de muchachos bajo sus órdenes.
Los muros amarillos y las torres que no pudieron ser tomadas aquel 26 de julio reciben las cenizas de Fidel. Ante sus puertas, ahora las del parque-museo con el nombre del asaltante Antonio López Fernández, Ñico, Monumento Nacional, se detiene la caravana.
Bajan de los vehículos los generales. El teniente coronel Peraza y el sargento Alexei Hernández llegan marchando hasta el armón, retiran con los otros dos sargentos la cúpula de cristal, saludan y comienza el himno nacional. De frente al cofre y con el guante blanco en la sien, honran al canto, a Cuba y a Fidel.
Terminadas las notas, los oficiales corren el cofre por la carriña hasta el borde del armón, zafan las correas oscuras, lo toman por las agarraderas y lo suben a sus hombros.
Con paso fúnebre llegan hasta el centro de la sala principal del cuartel, único lugar en la trayectoria de estos días que es un museo y vinculado a su historia. Colocan el cofre sobre un pedestal de mármol blanco con los grados de comandante grabados en rojo y negro y la estrella clara en el centro. Como aquel enero del 59, Fidel amanecerá en Bayamo.
La noche transcurre con una guardia de honor permanente hasta el alba. Uno de los más de cien jóvenes que la hicieron durante alrededor de quince minutos a la entrada del Museo Ñico López es Alejandro Hidalgo Yero, un bayamés de veintiséis años, en esos momentos presidente de la FEU de la Universidad de Ciencias Médicas en Manzanillo, Granma.
«Éramos cuatro muchachos con una bandera cubana cada uno, custodiando la foto de Fidel vestido de guerrillero y rodeada de flores. Varios cestos dispusieron alrededor de esa fotografía, y el pueblo fue hasta allí y le dejó más rosas y cartas», cuenta.
Mientras, en dos pantallas, todos pueden ver la urna en tiempo real, y el joven veinteañero que resguarda al Comandante piensa en cuánto su generación lo quiere. «Ese día por la mañana, en el teatro de la universidad convocamos a los muchachos para ver quiénes querían cubrir un tramo de la carretera entre Bayamo y Jiguaní. Teníamos posibilidades para llevar a doscientos en tren. La salida sería a la 1:00 de la madrugada, pero el teatro se llenó con más de ochocientos estudiantes. Todos querían ir.
»Tuve que pedir más capacidades y conseguí doscientas más. No obstante, ya en la terminal exigieron que pusieran otro vagón, los ayudaron y, a pesar de eso, un gran número se fue de pie. Cuando Fidel convoca, todos vamos a donde haga falta, y como sea».
Voces y danzas hacen la vigilia del pueblo en la Plaza de la Revolución de la ciudad, donde el líder pronunció su penúltimo discurso público relacionado con las celebraciones del 26 de Julio en el año 2006, horas antes de enfermar. En ese momento dijo: «La Revolución no solo ha llevado a cabo una colosal obra social en Granma, tan querida por todos los que desembarcamos y los que luchamos casi dos años en las montañas de esta provincia de Cuba, hoy ganadora de la emulación nacional, como legítimo tributo a los que cayeron aquel 26 de julio de 1953 en el Moncada o en Bayamo, porque fueron Santiago y Bayamo los dos objetivos para iniciar aquella Revolución.
»En esta provincia se libró el primer combate victorioso. Aquí fue derrotada la última ofensiva de la tiranía, aquí estuvo a punto de colapsar su aparato militar en el triángulo Santo Domingo-Las Mercedes-Arroyones, dentro del cauce del río Yara».
La marcha del 26 de Julio es interpretada por la Banda de Conciertos de Bayamo. También se escuchan canciones de Silvio Rodríguez; un poema de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí; y en voz de Fidel un fragmento de la carta de despedida del Che y el concepto de Revolución.
Surge la canción La Lupe, del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque; los acordes del Quinteto Rebelde, fundado en la Sierra por orden del Comandante; la voz de Chávez recordando a quien él definiera como un padre... Y en los últimos minutos, Raúl Torres, Eduardo Sosa, Annie Garcés y Luna Manzanares interpretan Cabalgando con Fidel, tema devenido himno de gratitud al líder.
[...] Hoy el corazón nos late afuera
y tu pueblo aunque le duela
no te quiere despedir.
Hombre, los agradecidos te acompañan
cómo anhelaremos tus hazañas.
Ni la muerte cree que se apoderó de ti.
Hombre, aprendimos a saberte eterno
así como a Olofi y Jesucristo.
No hay un solo altar sin una luz por ti [...].