Pensar como país es sentir a Cuba como una casa
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Pensar como país debería ser el ejercicio cotidiano de izar las velas de la innovación, de la creatividad, en lo más alto del mástil; potenciar la reservas de hacer que habitan en cada persona; limpiar de la mentalidad todo atisbo de herrumbre; abrirles las puertas de par en par a los jóvenes, sin que medien prejuicios.
Después de Agabama, en Fomento, donde parece no existir más mundo, al lado de un horno de carbón José Téllez sostenía hacía años, que Cuba era como aquella mole de troncos de marabú que teníamos enfrente. Y ante nuestra incredulidad, graficó el símil. «Todos esos palos apretuja’os que ustedes ven son diferentes, pero ni se atrevan a quitar dos o tres, porque por ahí mismitico el horno hace una boca y se forma la reventazón».
Aferrado a su oficio, Téllez le entraba con el pecho a sus trajines diarios para que su brigada forestal cumpliera los pronósticos del carbón a exportar a Italia. «Ya hecho, si se rompe como el cristal, va derecho pa’llá; por eso, no le saco el ojo a la candela, y le aseguro que no pienso solamente en mi bolsillo. Mientras haya un palo corta’o, estoy montando un horno», aclaraba quien a esa altura de sus años había remontado la isla casi completa llenando sacos de carbón, lo mismo en Guanahacabibes, Rancho Luna, que en Trinidad y la Ciénaga de Zapata.
–¿Y cómo usted ha llegado, ha sobrevivido hasta hoy?, indagamos aquella mañana.
–En la vida no hay que acoquinarse. Andando la carreta, se acomodan las calabazas.
Sabia filosofía la de este cubano, quien sin haberse preguntado jamás qué es pensar como país, consiguió con su actuar una respuesta concreta a la reciente exhortación del Presidente Miguel Díaz-Canel, que ha suscitado las más diversas interpretaciones, destinadas a empujar esta Isla-carreta en la que habitamos.
Algo debe quedar muy claro: si en todos estos años el proyecto romántico y altruista que construimos no ha caminado más rápido, se debe en primerísimo lugar al cerco externo que muchos tratan de invisibilizar, o sea, el pernicioso bloqueo económico, comercial y financiero impuesto oficialmente por el Gobierno de Estados Unidos a Cuba el 3 de febrero de 1962, mediante la Orden Ejecutiva Presidencial 3447, hoy más vivo que nunca, y también a lo que hemos dado en llamar el bloqueo interno –enmascarado en la insensibilidad, el burocratismo, la apatía y hasta la corrupción–, males que los cubanos reconocemos y, en consecuencia, venimos enfrentando.
La idea de pensar como país, a la que Díaz-Canel convocara en julio pasado en su discurso de clausura del Tercer Periodo Ordinario de Sesiones de la ix Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, no solo ha encontrado eco en la conducta de los cubanos que por estos días se las ingenian para sortear las contingencias derivadas del desabastecimiento energético, sino también en un mar de propuestas y conceptualizaciones prácticas, una síntesis de las cuales–casi 900– aparecen recogidas en el sitio oficial de la Presidencia y en el portal Cubadebate.
Osmany Linares Morell, un campesino de la cooperativa de producción agropecuaria Enrique Villegas, dice que no le ha hecho falta asomarse a estas plataformas para comprender que la idea de pensar como país debe adquirir una dimensión práctica: ser eficientes, productivos, desde la posición de cada cual, opinión que, si usted la analiza al derecho o al revés, sintetiza el bregar de Téllez, el carbonero.
Sin embargo, Linares Morell también habla de desterrar del vocabulario la socorrida frase «Vamos a ver…», en boca de algún que otro funcionario e hija consanguínea de la desidia, que no solo da urticaria a quienes buscan una respuesta o solución a su problema; sino que muchas veces siembra el desgano y la desmovilización en los otros.
«Un país se piensa y se hace con todos a partir de una mentalidad y una actitud proactivas», subraya la doctora en Ciencias Diana Rosa Martín Sospedra, de la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez. Esta sicóloga le atribuye relevancia cardinal a la participación ciudadana en la toma de decisiones, y lo ilustra con el proceso de consulta popular del proyecto de Constitución de la República, desarrollado del 13 de agosto a mediados de noviembre del pasado año en Cuba.
Con vistas a debatir el proyecto, en ese lapso en el país se celebraron unas 133 681 reuniones a las que asistieron 8 945 521 personas, quienes formularon 783 174 propuestas concretas al documento en cuestión.
A raíz del debate masivo a nivel de país, el proyecto evaluado por la Asamblea Nacional del Poder Popular en diciembre de 2018 incluyó unos 760 cambios, con lo cual, obviamente, el nuevo texto ganó en calidad.
Como señaló a la prensa el profesor universitario Fabio Fernández Batista, desde centurias anteriores Cuba ha sido pensada como país; sin embargo, no todas esas líneas de pensamiento sobre nuestra realidad conectaron con el carácter inclusivo del concepto defendido que asume la participación de las grandes mayorías, distanciado, al mismo tiempo, del proyecto elitista del Autonomismo del siglo xix por apenas referir un ejemplo.
Hurgando en la historia, la génesis de la perspectiva actual puede encontrarse en el independentismo cubano y sus Asambleas Constituyentes; en el proyecto martiano y su horcón unitario, el Partido Revolucionario Cubano; en la «década crítica» (1920-1930), denominada así por Juan Marinello…, que derivaron en la Revolución Cubana, que no dejó zozobrar Fidel Castro, junto al pueblo, a pesar de los vientos y tempestades, venidos del norte y de otros confines del mundo.
Si no fuera así, entonces ¿cómo interpretar el desprendimiento de aquellos hombres que decidieron incendiar sus propias riquezas en Bayamo antes de rendirse a un enemigo muy superior y mejor preparado?, ¿cómo comprender a los que se empecinaron en regresar la lucha a la Isla tras los fracasos del 68, la Guerra Chiquita y La Fernandina?, ¿cómo calificar a quienes, en 1958, atravesaron la mitad de Cuba semidesnudos, hambrientos, bajo los ciclones y el fuego de la aviación?
El pensar como país que se convoca en este minuto, se enlaza con el concepto de Revolución, expresado por Fidel el 1ro. de mayo de 2000, compendio de su legado, en opinión de la enfermera Yacmila Fernández Hernández, del policlínico Rosa Elena Simeón, de La Sierpe, quien sugiere sentir a Cuba como una casa, una familia inmensa, donde el problema de uno deber ser también del otro.
«Hay mucha gente que dice: lo mío primero; sería mejor: lo nuestro primero –agrega–. Eso haría que no haláramos la guataca nada más para uno, como vemos bastante por ahí. Además, tendríamos que responder con actitudes concretas las preguntas que hacía Díaz-Canel: ¿qué puedo hacer?, ¿qué puedo aportar? En nuestro caso, que cada paciente, nuestra razón de ser, se vaya satisfecho con la atención recibida; aunque quizá el dolor físico por el que vino no se le haya aliviado por completo».
Lo asevera esta enfermera que a deshora puede vérsele asistir a algún vecino de su barrio ante el reclamo de un familiar, como lo ha apreciado la jubilada Haydée Rodríguez, para quien pensar como país es no abstenerse ante lo que corroe a esta Isla, es sentir en el microcosmos personal, la alegría y las dolencias de la nación.
Ello se traduce, en palabras de Yolanda Brito Ávila, reconocida comunicadora, en que la realidad no nos puede ser indiferente, que el proyecto de la Cuba soñada debe sostenerse en el principio de una ciudadanía activa, es decir, en la construcción colectiva, sin olvidar la heterogeneidad de nuestro tejido social, que implica oír opiniones diversas, incluso divergentes.
Entrevistado para el programa televisivo Mesa Redonda, el doctor Raúl Garcés Corra, decano de la Facultad de Comunicación, de la Universidad de La Habana, comentaba que pensar como país deviene oportunidad para descentralizar la inteligencia, de convencernos de que el pensamiento no se genera únicamente de arriba hacia abajo, viceversa o en el medio, sino desde todas partes; es una oportunidad para reivindicar la posibilidad de la ciudadanía, de los decisores, de la sociedad toda, de encontrar soluciones en una nación con tradición de unidad y de resistencia.
Pensar como país, que debiera convertirse en un ejercicio cotidiano, no en una consigna, es izar las velas de la innovación, de la creatividad, en lo más alto del mástil; potenciar la reservas de hacer que habitan en cada persona; limpiar de la mentalidad todo atisbo de herrumbre; abrirles las puertas de par en par a los jóvenes, sin que medien prejuicios. Es, como diría Nicolás Guillén, cerrarle la muralla a las trabas y a su pariente más cercano, el burocratismo; es anteponer el nosotros por encima del yo, sin anular la individualidad; es, en suma, el crecimiento colectivo, entender que a Cuba le va vida en cada gente, como lo creyó Téllez, el humilde carbonero de Fomento, parado frente a aquella pirámide de troncos verdes, todos diferentes, pero necesarios para su horno.