A las sombras del exilio. El nacimiento de un ejército de pueblo
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- En este articulo: Memoria Histórica
Haciendo gala de su tradicional hospitalidad, en la década del 50 del pasado siglo, México, abrió sus puertas a emigrados políticos latinoamericanos perseguidos por las feroces dictaduras militares que imperaban en el hemisferio: venezolanos enemigos de Marcos Pérez Jiménez; dominicanos perseguidos por Rafael Leónidas Trujillo; colombianos amenazados por Gustavo Rojas Pinillas; nicaragüenses expulsados por Anastasio Somoza, entre otros.
Tal situación provocó que los servicios especiales y las policías secretas de aquellos sátrapas, enviaran a la patria de Juárez todo un ejército de espías y asesinos a sueldo para monitorear la actividad de sus adversarios y, en no pocos casos, proceder a su eliminación física. Para ello contaron con la estimable ayuda y complicidad de la CIA y el FBI y de algunos de los órganos del servicio secreto y la policía mexicanos.
Tras el golpe de estado del general Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, cubanos de la más amplia gama de intereses y orientaciones políticas, pasarían a engrosar aquel ejército internacional de refugiados latinoamericanos que se movían a lo largo y ancho del territorio mexicano. Contra ellos, bajo la supervisión del Agregado Militar de la Embajada de Cuba, de inmediato se activó un amplio sistema de espionaje y contraespionaje, que contó desde sus inicios con la cooperación de sus homólogos latinoamericanos, estadounidenses y del propio México.
La presencia allí de considerables elementos afines al depuesto presidente Carlos PríoSocarrás, y de una no despreciable comunidad cubana, obligaba a la Dirección del Movimiento 26 de Julio a realizar un trabajo minucioso y sigiloso, para asegurar la compartimentación y el éxito en la preparación de la gesta y en la formación del contingente militar que emprendería la histórica epopeya revolucionaria. La sagacidad y la disciplina garantizarían el futuro. Aunque nos unía al país y sus gentes lazos históricos de plena identificación, el medio se tornaba hostil por la exacerbada vigilancia policíaca. La grandeza de buenos mexicanos, contribuyó al éxito de la empresa.
La feroz represión popular que sucedió a las acciones del 26 de julio de 1953, llevó a México a un primer grupo de revolucionarios cubanos. Ellos prepararon las condiciones para paulatinamente recibir a los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes que el 15 de mayo de 1955, gracias a la presión popular, eran excarcelados del Presidio Modelo de la Isla de Pinos. Entre los heroicos hombres de la acción del 26 de julio, se encontraba el núcleo principal de los futuros jefes del Ejército Rebelde.
En la ciudad de México se establecieron casas conspirativas, siendo el apartamento de la cubana María Antonia González en la calle Emparán 49, de la Colonia Tabacalera, el principal punto de contacto de los revolucionarios cubanos que llegaban a la capital. Fue prácticamente un Puesto de Mando del Movimiento 26 de julio en la capital mexicana. Allí se conocieron Fidel y el Che. Mientras esperaban el arribo de Fidel, fueron subsistiendo desarrollando los más disímiles empleos. Calixto García llegó incluso a ser extra en películas del cine mexicano.
El 7 de julio de 1955, en el vuelo 566 de Mexicana de Aviación, llegó a la ciudad de Mérida, Yucatán, el joven Fidel Castro Ruz. Ese mismo día, también en avión, continuó viaje rumbo a la ciudad de Veracruz. Allí buscó la casa del escultor y revolucionario cubano José Manuel Fidalgo, muy vinculado a la comunidad republicana española en México. Este le refirió contactos para la causa y le habló del coronel Alberto Bayo, uno de los hombres más útiles en la preparación del futuro ejército.
La llegada de Fidel a México fue un imán para los revolucionarios cubanos dispersos en el hemisferio. De Estados Unidos, Costa Rica, Guatemala, Venezuela, Honduras y de la propia Cuba, viajarían a tierra azteca los más decididos combatientes. Como figura pública internacional, Fidel estableció reglas para desmarcarse, en la medida de lo posible y racional, del resto de los revolucionarios y evitar así el descubrimiento de los planes y la identificación de los hombres. Se estableció una red de casas conspirativas en la ciudad de México, que después se extendieron a las de Veracruz y Jalapa.
La vida cotidiana y la convivencia se reglamentó. Eran soldados en preparación y los que no estaban dispuestos a cumplir con las rigurosas y estrictas normas, debían abandonar la causa. No se podía dar margen a la confrontación vana, ni desgastarse en frivolidades. No era un simple y apacible exilio político: era un combativo exilio militar. El “Reglamento interior de conducta para cada casa de residencia”, elaborado por Fidel, da una idea cabal de la preparación militar, política, ética e ideológica, a que fueron sometidos los futuros expedicionarios. En su articulado recogía:
A.- El Movimiento sufraga con sus propios fondos todos los gastos concernientes a cada casa de residencia. Los compañeros que no reciban ningún tipo de ingreso tendrán sufragados todos los gastos de vivienda, manutención, ropa limpia, medicinas, sellos, papel de escribir y de cualquier otra necesidad; además la cantidad de $10.00, moneda mexicana, semanal para gastos personales.
B.- Sin embargo, para aliviar el gravamen que por este concepto pesa sobre la tesorería del Movimiento, cada miembro del mismo debe tratar de obtener siempre que sea posible algún ingreso por vía de familiares o amigos personales, y a tal efecto, quien reciba en cualquier ocasión ingreso por cantidad inferior a $20.00 dólares, debe entregar a la tesorería la mitad de la misma; si la cantidad recibida es mayor de $20.00 dólares, debe entregar el 60 %. Quien disponga en esta forma de recursos sobrantes para gastos personales está en el deber de ser generoso con aquellos compañeros que por no disponer de entrada alguna reciban de la tesorería la cantidad de $10.00, mexicanos, para dichos gastos.
C.- Es obligatorio estar recluidos en la casa a partir de las 12 de la noche.
D.- Todos deben estar levantados a las 8 a.m., salvo que por razones de servicio se haya visto obligado a permanecer levantado hasta pasadas las 2 de la madrugada.
E.- En cada casa habrá 3 comidas: desayuno, de 9 a 10 a.m., comida, de 2 a 3 pm, cena, de 7 y 30 a 8 y 30 pm. Estas horas pueden ser alteradas cuando lo exijan las actividades de todo el grupo por razones especiales, como por ejemplo, necesidad de salir al amanecer y regresar tarde.
F.- En cada casa deberá reinar el más completo orden: cada cual deberá cuidar personalmente de no lanzar colillas, ceniza y papeles y mucho menos escupir en el suelo. Es obligatorio el más absoluto respeto para cualquier persona, hombre o mujer, ajeno a la casa que preste sus servicios en los quehaceres de la misma.
G.- Queda terminantemente prohibido, sin excusa posible, dar la dirección donde se reside a ningún miembro del movimiento que viva en otro lugar y mucho menos a personas ajenas al mismo. Cualquier indagación en este sentido será considerada como motivo de sospecha. Cuando se ande en compañía de personas ajenas, lo cual debe evitarse lo más posible, es necesario desprenderse de ella a varias cuadras del lugar. La correspondencia será dirigida a una dirección determinada, que no será la misma de la casa y que se señalará para cada grupo de residentes.
H.- Las visitas de un grupo a otro están prohibidas, salvo por razones de servicio indicados previamente por la Dirección.
I.- En cada casa habrá un grupo de libros escogidos, que deberán ser cuidados con esmero por las personas que los usan y estar siempre en completo orden. Una persona se encargará de la Biblioteca y del Registro de Libros, y los mismos versarán sobre cuestiones de cultura general y en especial cuestiones relativas a técnicas militares y revolucionarias.
J.- En cada casa habrá un responsable de velar por el más estricto cumplimiento del Reglamento y por cuyo conducto recibirá el grupo las instrucciones pertinentes.
K.- Todos deberán estar presentes a las horas de comida, salvo por razones de servicio. Cada miembro del grupo que se ausente de la casa deberá indicar la hora aproximada de su regreso a la misma.
L.- Nadie debe hacer comentarios con los demás acerca de actividades que haya realizado o esté por realizar, bien por separado o conjuntamente con el grupo. El más estricto silencio debe reinar en todas partes respecto a todo lo que concierne a ejercicios, armas, prácticas, etc. La indiscreción en estas circunstancias equivale a la traición.
M.- Cada persona que se encuentre vinculada a este movimiento ha venido a este lugar para un fin único y exclusivo. Por tanto, ningún tipo de actividad o asunto personal puede ser en ningún instante más importante que lo que en cualquier orden concierne a aquel fin. Nada, por importante que pueda aparecer, justificará pues, la falta de puntualidad a las citas que se indiquen, y salvo enfermedad que realmente inmovilice a la persona, no puede haber causa de ninguna índole que justifique la ausencia de la tarea a realizar.
N.- Los ratos de ocio deben invertirse preferentemente en la lectura y el estudio, y ello será índice del carácter y la disposición mental y moral de cada combatiente.
Ñ.- En las relaciones de convivencia, bien entre los miembros que residen en una misma casa, o bien entre todos los compañeros en general, debe reinar la más completa armonía y respeto mutuo, proscribiéndose todo tipo de bromas o chistes a costa de otros, procurando ser generosos y comprensivos entre si y ayudándose como verdaderos hermanos. Cualquier incidente personal de tipo violento se considera falta gravísima y sujeta por tanto, a consejo de disciplina. Toda queja o inconformidad deberá presentarse por vía reglamentaria a través del responsable de cada grupo. El murmullo o la protesta sorda entre compañeros contra otros miembros, o contra los responsables o contra la Dirección es una falta muy grave por cuanto fomenta la indisciplina y la desconfianza. El pesimismo, el decaimiento de ánimo o el retraimiento son actitudes que no pueden entrar en el carácter de un verdadero revolucionario.
O.- La Dirección vigilará atentamente la conducta, el interés por el aprendizaje y el progreso de cada miembro del Movimiento al objeto de señalarle en el momento oportuno el lugar que le corresponde en la lucha, por su capacidad, su moral y sus méritos. La menor falta de voluntad, de carácter o de disciplina no pasará desapercibida.
P.- Por cuanto nos estamos preparando para una acción armada es preciso funcionar bajo la más estricta disciplina militar. Por ello es necesario adaptar la mente a estas circunstancias. Para poder mandar es preciso saber obedecer. El éxito de la Revolución en el combate y en el triunfo depende esencialmente de esta etapa de preparación. Se harán las críticas más severas de la conducta de cada cual, y las faltas que lo requieran serán sometidas a consejo disciplinario.
Q.- Estas normas obedecen al propósito de vigilar por la seguridad de todos y cada uno de los compañeros y por el éxito de un gran ideal donde está empeñado nuestro honor ante el pueblo y ante nuestras conciencias y que sólo podemos cumplir vencedores o muertos. Este Reglamento deberá ser leído semanalmente a los compañeros por el responsable de grupo.
Fidel Castro. ”
En aquel conglomerado humano no destacaban jefes militares de carrera. El de mayor preparación general por lo mucho que había estudiado entonces el arte militar, y por sus experiencias en Cayo Confites, el Bogotazo y la preparación y ejecución del asalto al cuartel Moncada, era precisamente Fidel, con sus apenas 28 años de edad.
Algunos habían recibido la preparación previa al asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, donde tuvieron su bautismo de fuego. Otros se habían forjado como combatientes en los avatares de la lucha clandestina. Norberto Collado formó parte de la tripulación del cazasubmarinos cubano CS-13, que hundiera frente a las costas de Cuba al sumergible alemán U-Boat 176. Roberto Roque, Rolando Moya y Onelio Pino eran ex oficiales de la Marina de Guerra Cubana; Héctor Aldama ex sargento de la Policía; el italiano Gino Donne combatiente de la resistencia antifascista en su país; Rafael Chao combatiente de las brigadas internacionalistas cubanas en la Guerra Civil española; y el dominicano Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo, había participado en la frustrada expedición de Cayo Confite al igual que el matancero Humberto Lamothe.
Apenas establecidos en la ciudad de México, comenzaron los entrenamientos. En pequeños grupos, realizaban largas caminatas por la ciudad. El lago del bosque de Chapultepec les permitía además la práctica de remos. La preparación física y defensa personal la recibían del luchador profesional mexicano Arsacio Vanegas, en el gimnasio de la calle Bucareli. El propio Vanegas les organizaba caminatas a los cerros que rodean la ciudad, en especial al Chiquihuiti, y varias veces los llevó a escalar el volcán Popocatepel, en el estado de Puebla. El asma impedía al Che llegar a la cima de aquella montaña insigne, pero al día siguiente lo volvía intentar. Las prácticas de tiro se realizaban en el Campo de Los Gamitos, muy cerca de la ciudad, en la carretera a Toluca.
Se leía mucho, y en las casas campamentos debatían libros de temas históricos, políticos y militares. El trabajo ideológico jugaba un papel fundamental. Los futuros combatientes visitaban el Monumento de la Revolución Mexicana, el Hemiciclo a Juárez, la esquina de la calle Abraham González donde fuera asesinado Julio Antonio Mella, La estatua de José Martí y el monumento a los Niños Héroes de Chapultepec. Las fechas históricas sagradas para los cubanos se conmemoraban. El 10 de octubre, en el busto a Martí del bosque de Chapultepec. Allí pronunció Fidel un histórico discurso manifestó donde recordó el llamado martiano a pasar de las palabras a los hechos.
Para perfeccionar la preparación, se contrató el rancho “Santa Rosa” muy cercano al pequeño poblado de Santa Catarina de Ayotzingo, en el estado de México, estableciéndose un campamento guerrillero del que fue jefe el médico argentino Ernesto Guevara y asesor el sexagenario Coronel español Alberto Bayo, según el Che “quijote moderno (…) de espíritu eternamente joven”, veterano de la Guerra Civil española y oficial de carrera en España. Bayo fue el maestro militar de los cubanos. Fidel le había hablado y él aceptó. De aquel encuentro recordaría:
“Tiene Fidel, como todo el mundo sabe, una simpatía peculiar, unida a su elocuencia, a su prestancia física, a su educación y cultura, que hacía irrebatibles sus órdenes. Mandaba. Dominaba. Me sugestionó, me atrajo, me subyugó.”
Impuso el viejo guerrero español las más rígidas normas de disciplina y un riguroso y agotador régimen de entrenamientos. Les hablaba de la necesidad imperiosa de la disciplina, del respeto a la jerarquización militar, de no protestar las órdenes de los jefes ni murmurar contra ellos y no quejarse por las privaciones del servicio. “La guerra es deporte de valientes”
Admirador del accionar guerrillero morisco contra el ejército español, del que él mismo fue víctima al recibir cuatro heridas de bala, encontró resistencia en sus alumnos en la argumentación de la importancia de las operaciones de muerde y huye. Muchos de los cubanos consideraban no ético enfrentarse al enemigo sorpresivamente y sin dar la cara. Con profundos argumentos les hizo ver la imposibilidad de combatir con métodos regulares a un ejército profesionalmente armado. “Si en cada escaramuza que tengamos les hacemos tres o cuatro bajas, y salimos después corriendo eléctricamente, no cabe duda que dentro de un mes habremos acabado con nuestros enemigos”, les decía.
Bayo los preparó en táctica, marchas, contramarchas, despliegues, combate nocturno, uso de los mapas en sus diferentes escalas, balística, tablas de tiro, emboscadas antiaéreas, fabricación de pozos de tiradores y sistemas de trincheras, abrigos y zanjas. Les enseñó camuflaje y enmascaramiento, sanidad e higiene de campaña, pasos de ríos, sabotajes y fabricación de cocteles molotov y todo lo que sabía de la carrera de las armas. La vida de campamento era dura. Todos, incluido Fidel cuando lo visitaba, dormían en el suelo. La diana era a las cinco de la mañana y tras ella la limpieza de los locales y el aseo personal. El resto del horario del día no daba el más mínimo margen al quebrantamiento de la disciplina.
El propio Bayo se sometió a los entrenamientos con la esperanza de ser incluido entre los futuros combatientes, pero su avanzada edad fue tenida en cuenta por Fidel que prefirió contar con su quijotesco entusiasmo una vez consumado el triunfo.
La certera observación del guerrero permitió además identificar a los mejores combatientes y los hombres con cualidades de mando. Para Bayo, su mejor alumno fue el argentino Ernesto Guevara de la Serna, y Raúl, el sustituto de Fidel por derecho propio. De él dijo que “…era un coloso en la defensa de los principios revolucionarios por los que todos luchamos” Universo Sánchez, Ramiro Valdés, Juan Almeida, Ciro Redondo, Félix Elmusa, Jesús Montané y Calixto García, entre otros, se destacaban por su instrucción, dedicación y esfuerzo.
Mientras la disciplinada tropa entrenaba, Fidel convertido en Alejandro para despistar al enemigo, buscaba el armamento necesario y el medio en que viajar a Cuba. En esas faenas contó con la utilísima ayuda del armero mexicano Antonio del Conde y Pontones, un hombre imprescindible, cuya identidad escondió en el seudónimo de “El Cuate”. Fue este uno de los hombres más infructuosamente buscado por los servicios especiales de la tiranía batistiana que puso precio a su cabeza.
Un hecho fortuito provocó la detención de Fidel por agentes de la Dirección Federal de Seguridad dirigida por el mexicano Fernando Gutiérrez Barrios, y tras él, de un importante número de los revolucionarios cubanos. El campamento de Ayotzingo fue ocupado y sus integrantes detenidos en la prisión migratoria de la calle Miguel Shultz en el Distrito Federal. Se perdió gran cantidad de armamento y aseguramientos, pero el hecho resultó revelador. Como Martí ante el fracaso de la expedición de Fernandina, la figura del líder de la Revolución se agigantó. La mano firme y segura del ex presidente Lázaro Cárdenas, intervino en ayuda de los cubanos logrando su liberación.
Fidel diversificó entonces los grupos y gestionó otro campamento en un lugar alejado de la suspicacia del espionaje y la delación. El ingeniero mexicano Pablo Villanueva, le cedió sin costo alguno el rancho María de los Ángeles, a 20 kilómetros del poblado de Abasolo en el Estado de Tamaulipas, en el norte mexicano. Era una zona prácticamente selvática e inhóspita, de excelentes condiciones para la preparación guerrillera. Hacia allí viajó una parte del contingente, otros se dispersaron en las ciudades de Xalapa y Veracruz y el resto en el Distrito Federal y sus alrededores.
El 8 de agosto de 1956 Frank País llegó a México a ultimar los detalles del desembarco y levantamiento de Santiago de Cuba. Se dirigió a la Ciudad de Cuernavaca alojándose en el apartado hotel Chulavista, donde se entrevistó en varias ocasiones con Fidel. El 30 de ese mismo mes, Fidel y José Antonio Echeverría sellaron el pacto de unidad revolucionaria conocido como la Carta de México. Los principales elementos de la revolución y el levantamiento estaban engranados.
Una traición aceleró la decisión final. Fidel ordenó la evacuación de los campamentos y casas conspirativas y el traslado a los poblados de Xicotepec de Juárez, Poza Rica y Tuxpan. Poco antes había visitado al Jefe de Control e Información de la Dirección Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios, para despedirse e informarle que regresaba a Cuba a iniciar la Revolución. No dio detalle alguno; ni cuando, ni como, ni por dónde. El mexicano no los pidió. Su institución estaba al tanto de los pasos de los revolucionarios cubanos. Años después confesaba:
“…yo tuve el informe sobre un pueblo cercano a Tuxpan, donde los cubanos se quedaron en el motel Mi Ranchito y así conocí que allí había un grupo de revolucionarios cubanos, y me imaginé que se iban hacia Tuxpan, pero yo retrasé las investigación intencionalmente para dar tiempo a que se fueran, pues él ya me había confesado que se iban.”
En efecto, el motel Mi Ranchito en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, en plena Sierra Madre Oriental y a mitad de camino entre Tuxpan y la ciudad de México, se había convertido en el Cuartel General de los futuros expedicionarios. Allí arribaban las armas, municiones, uniformes, y buena parte de los revolucionarios procedentes del Distrito Federal y sus alrededores. Los de Veracruz y Xalapa, viajaron a Poza Rica y los de Abasolo directamente a Tuxpan vía ciudad Victoria-Tampico.
En horas de la tarde del 24 de noviembre de 1956 comenzaron a arribar al barrio de Santiago de la Peña en la portuaria ciudad de Tuxpan, los futuros guerreros. Muy pocos conocían la identidad del mexicano -El Cuate- que en constantes movimientos subía y bajaba del pequeño yate Granma. Prácticamente nadie creía que aquella fuera la embarcación que los conduciría definitivamente a Cuba. Pensaban que otra mayor los esperaría mar afuera.
Cerca de la una de la madrugada del 25 de noviembre, con las luces apagadas, el pequeño acorazado ideológico atravesó los doce kilómetros que separaban a Santiago de la Peña de las escolleras del río Tuxpan. Cuatro extranjeros integraban el glorioso ejército: el argentino Ernesto Guevara, el dominicano Ramón Mejías, el italiano Gino Donne y el mexicano Alfonso Guillén. El mar del Golfo de México bramaba con furia singular, desafiado por las notas del Himno Nacional de Cuba que a todo pecho entonaban los eufóricos combatientes. Se cumplía el apotegma de Fidel de que en 1956 serían libres o mártires. El agente de la CIA John Mac MeckplesSpiritto, encargado de penetrar a los revolucionarios cubanos en México, confesaba años después que “el escape” de Fidel, nunca se lo pudieron explicar.
Larga y llena de azarosos desafíos fue la travesía. El buque hizo agua, y faltó la comida. El agitado mar provocaba mareos y náuseas. Sin embargo, el ánimo no decayó. En la cubierta Fidel y Ciro Redondo probaban las miras telescópicas de los fusiles. Ya cerca de Cuba el expedicionario Leonardo Roque, tratando de ver el faro de Cabo Cruz, cayó al agua. Era de noche y el mar continuaba agitado. Se detuvo la marcha sin encontrarlo. Los marinos determinaron que un hombre no se buscaba tanto tiempo en el mar y que se corría el riesgo de atrasarse demasiado y arribar de día a Cuba. Con una sentencia el jefe de la revolución zanjó aquella conversación: “No podemos perder a un hombre de ninguna manera”. Ordenó regresar por él. En la penumbra se oyó la voz de Roque y ante la incertidumbre de los compañeros, Fidel, tras unas palabras fuertes, comenzó a quitarse la ropa para lanzarse al agua. Bajo protestas tuvieron que sujetarlo para que no lo hiciera. Roque fue rescatado.
El 2 de diciembre, casi sin combustible, Fidel ordenó lanzar el yate sobre la costa a cualquier precio. Se repetía la historia de la goleta Honor cuando en 1895 el general Antonio Maceo dio una orden similar. El Che bautizó el desembarco como un naufragio y la travesía como “la gran aventura”. Algunos consideraban todo aquello una locura. El viejo guerrero Alberto Bayo en poema titulado “A Fidel Castro”, había profetizado el 22 de marzo de 1956 “seguiremos contentos tu bandera / aunque ella fuera juvenil locura”.
Tras el desembarco, la sorpresa nefasta de Alegría de Pío el 5 de diciembre. La dispersión, el crimen, la ignominia. El ejército de la tiranía muestra sus garras con los expedicionarios capturados asesinando a parte de ellos. El resto sabía que el punto de encuentro era el majestuoso Pico Turquino. Había que resistir y como buenos militares y martianos sobreponerse al revés.
El 18 de diciembre se produce el reencuentro de Fidel con el grupo de Raúl en Cinco Palmas. Le manifiesta que trae cinco armas a las que Fidel suma las dos que tenía él. “¡Siete! ¡Ahora si ganamos la guerra!” Algunos se miraron atónitos ante el desbordado optimismo del Jefe. Era el espíritu de Bolívar que tras la derrota de Casacoima el 4 de julio de 1817, completamente diezmado de fuerzas, manifestaba a sus hombres, que pensaban deliraba, que liberarían Perú. Comenzaba a multiplicarse aquel pequeño contingente de bisoños guerreros que se convertiría en el triunfante Ejército Rebelde, embrión de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
El 2 de diciembre de 1956 quedaría marcado en nuestra historia como la fecha en que los herederos más puros del ideario mambí, con Fidel al frente, comenzaban a construir un ejército de pueblo y para el pueblo, que ha defendido a carta cabal la soberanía de nuestra nación y tendido la mano amiga y generosa a otros pueblos del mundo.