Los rostros del dolor
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- En este articulo: Solidaridad Accidente
El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, asistió este viernes a la vigilia en recordación de las víctimas del accidente en el Hotel Saratoga.

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Ella prácticamente no podía sostenerse sobre sus piernas. Miraba al cielo, como buscando respuestas. Dos personas a su lado la cargaban, cada una por un brazo. Parecía que volaba, pero no, su dolor era tan pesado que no había fuerza capaz de despegarla de aquella calle que seis días atrás había sido testigo mudo de una explosión atroz, "apaga vidas".
"Mi lagartijita, mi lagartijita", repetía una y otra vez, en un lamento que solo podía nacer de una madre. Allí, frente al Hotel destrozado, estaba ahora la foto de su hijo, en una vigilia demasiado triste.

Él iba de un lado a otro con la foto de una muchacha hermosa. Parecía perdido. Solo lo parecía, porque el fin de su camino siempre era el mismo: la valla donde estaba el nombre, y otra foto, de la muchacha que traía en sus manos. Y se paraba frente a ella, y se resistía a irse. Aquel lugar dolía mucho, era un lamento interminable, pero allí estaba su hija.
Él se paró frente a todas las fotos de los muertos del Hotel Saratoga. Llevaba un impecable uniforme blanco, con ribetes en rojo. Se puso una mano en el pecho y la otra la extendió con el puño cerrado. Entre el tumulto alguien dijo: era cocinero del Saratoga pero el día del accidente estaba de descanso.
Ellos pusieron rodilla en tierra frente al altar de las velas y las flores. Por más de 160 horas habían tratado de arrancarle vidas a la muerte entre los escombros del Saratoga; pero 46 veces no lo lograron. Y allí frente a ellos estaban los rostros y los nombres de las personas a las que no hubo manera de salvar. Eran los rescatistas y bomberos, con un dolor en la mirada difícil de aguantar para quien los mira.

Él llegó poco antes de las nueve de la noche. Prendió su vela, tomó una rosa roja, y se puso en firme durante un minuto de silencio que recorrió toda Cuba, la estremeció. Habló con los familiares, apenas unos segundos, porque el dolor era insoportable. También con los rescatistas. Gracias por todo lo que hicieron, les dijo, y puso su mano justamente sobre el hombro de Claudia, la muchacha de 21 años, bombera, jefa de carro del Comando 1, el primero en llegar al lugar de la catástrofe. Él es el Presidente de la República, y su rostro también transpiraba dolor.

La noche de este viernes fue dura: el gemido de los familiares, constante y desgarrador; el Hotel antes imponente, ahora desecho; las fotos de las víctimas, casi todas sonrientes; las flores, muchos girasoles; las velas, las erguidas y las derretidas, en una metáfora implacable de la muerte y la vida; el perro rescatado y su dueña; la cinta negra en el brazo de mármol de la india Habana, esposa del cacique Habaguanex, en su fuente; la dirección del país, sumada desde el minuto uno al dolor y al alivio urgente; y el Presidente Díaz -Canel, parado allí, de frente a un pueblo, que pasaba y pasaba, haciendo propio el dolor de 46 familias. Esa es Cuba, en su dolor, hecha una sola.
