Hasta la cuna de su guerrilla
Nacionales
Durante estos días de homenaje a Fidel, nuestro sitio web estará compartiendo en varias partes el libro Ahí viene Fidel, con crónicas y testimonios sobre el homenaje póstumo que recibió el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, al paso por Cuba del cortejo fúnebre durante los nueve días de Duelo Nacional.
Dos coronas de rosas rojas, amarillas, orquídeas y azucenas «Al Comandante en Jefe, del Partido Comunista de Cuba» y «del pueblo de Granma» junto al busto de Ñico López, miran cómo el hombre de las dos estrellas y el muchacho de veinticinco años marchan con el cofre.
Son las 7:00 de la mañana del 3 de diciembre e inicia el último tramo del viaje hasta Santiago de Cuba. Con brazaletes negros en el brazo izquierdo y la mano derecha cubierta por un guante blanco en la sien, los tres generales de cuerpo de ejército que integran ahora la escolta de honor saludan al Comandante cuando, sobre los hombros de los dos militares, pasa frente a ellos. Son Leopoldo Cintra Frías, ministro de las FAR, y los viceministros Ramón Espinosa Martín y Joaquín Quintas Solá, los mismos que lo acompañaron desde La Habana hasta Matanzas vuelven a integrar el cortejo hacia el destino final.
Peraza y Hernández Leal llegan hasta el armón, acomodan el cofre, lo sujetan y colocan encima la cúpula de cristal. Se encienden los motores de los yipis, el del armón es otra vez conducido por el joven Rafael Batista Danger; y entre la niebla fina del amanecer comienza la marcha.
El pueblo, como anoche, espera al Comandante en las calles para despedirse. El grito de «¡Viva Fidel!» por un momento rompe el silencio. Los militares saludan, la gente mira desde los balcones y el cortejo, que ya salió del cuartel, toma la Carretera Central y pasa frente al Hospedaje Gran Casino, donde se alojaron los revolucionarios la noche antes del asalto al cuartel de Bayamo.
Bajo los árboles de la Central están los bayameses. Para que nunca lo olvide, le gritan de nuevo «¡Yo soy Fidel!», y se acercan más con la intención de grabarlo todo.
Por estas mismas calles pasó la Caravana de la Libertad. Entonces, aquí no solo la integraban los rebeldes de la Columna No. 1 José Martí, pues se le habían unido combatientes de otros frentes guerrilleros, incluso soldados batistianos. Recuerda el comandante Delio Gómez Ochoa que «no había casquitos, solo técnicos y operadores de tanques que nos eran útiles en el trayecto. Y también hombres de las filas de Rego Rubido, el coronel que había entregado Santiago».
Aunque Batista ya no estaba en Cuba, en esos días iniciales era posible una intervención norteamericana. «Yo le dije a Fidel: “Usted no sabe si los norteamericanos van a permitir esto”. Y él me respondió: “Tú tienes razón”. Por eso traían armas, tanques y morteros; por si era necesario usarlos en La Habana», cuenta Delio.
En una nube de recuerdos, atrás queda la ciudad bayamesa. En la carretera sigue una hilera de niños, hombres y mujeres. Pasa la caravana por el entronque de Guisa, se acerca un poco más a las montañas de la Sierra Maestra, el lugar que vio caminar y combatir tantas veces a los rebeldes. Así comienza el cortejo a adentrarse en la historia de la guerrilla de Fidel.
Cautillo primero y luego Santa Rita, lugar liberado por él en 1958, lo reciben otra vez. Hasta allí han llegado personas de Charco Redondo, el pueblo de mineros al que fue antes del asalto al Moncada, buscando ayuda económica para la lucha y al cual volvió después en los tiempos de la guerra. En ese lugar aún están los hombres que lo apoyaron. Ellos o sus familiares saludan con respeto.
El cortejo bordea Jiguaní, y antes de llegar atraviesa los potreros donde murió en combate, en diciembre de 1958, el capitán Ignacio Pérez, hijo del comandante Crescencio. Por esos días Fidel tenía su jefatura cerca, en la Rinconada de Baire, donde la tuvo el general mambí Calixto García en el siglo XIX.
Por eso, cuando supo de la muerte de Ignacio, junto a Raúl, Almeida y Vilma, fue en la madrugada a una casona frente al parque de Jiguaní, donde lo velaban, y le rindió tributo. Seguramente hoy los dos rebeldes, desde sus nichos en el cementerio de este pueblo, honran a su Comandante en Jefe.
A la entrada hay estudiantes de secundaria y preuniversitario y un hombre ondea la bandera cubana desde el portal de un segundo piso; un anciano alza una foto de Fidel con gorra verde olivo y, mientras pasa frente a ellos, una viejecita en su andador, pasito a pasito, se acerca a la carretera para verlo bien.
«Hasta Siempre Comandante» dicen varios carteles. Una mujer vestida de negro lleva con tristeza la mano a su pecho, a su lado, su esposo la abraza y con dolor miran los dos el cofre donde duerme Fidel.
Decenas de celulares graban el instante. De un edificio cuelgan cuatro banderas cubanas; una de ellas enorme junto a una imagen del líder. En los balcones las personas lo aclaman. Camilo y Che, desde fotos en brazos de muchos, lo honran.
Del recorrido de la Caravana de la Libertad por esas tierras el mediodía del 2 de enero, el comandante Juan Almeida Bosque recordaba: «Al paso por Jiguaní, la población corre hacia la vía. En Santa Rita hay un cordón humano a ambos lados. Fidel, desde el carro, habla con la gente en cada parada».
Hoy también han salido de sus casas y esta zona, teatro de operaciones de la Columna No. 1 José Martí en la Ofensiva Final de la guerra, se alza con banderas, carteles, gritos, y las frases de «¡Yo soy Fidel!» «¡Fidel, gigante, eterno Comandante!»
Y así, con el amor de su pueblo, antes de las 9:00 de la mañana se despide de la tierra granmense.