Cuba a media asta (+Audio)
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Durante estos días de homenaje a Fidel, nuestro sitio web estará compartiendo en varias partes el libro Ahí viene Fidel, con crónicas y testimonios sobre el homenaje póstumo que recibió el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, al paso por Cuba del cortejo fúnebre durante los nueve días de Duelo Nacional.
Los primeros aires del invierno refrescaban La Habana. Era miércoles 16 de noviembre de 2016 y se movían las hojas más altas de los árboles. Por las calles iban los mismos de siempre; niños hacia la escuela, parejas presurosas, obreros soñolientos, jóvenes agitados, viejos serenos... y muchos abriendo la mirada frente a las páginas de los periódicos.
Como luz de ciudad desvelada allí estaba él, desde las fotografías, con su barba de las mil batallas rociada de nieve, blanca igual que el abrigo, con sus ojos chispeantes que parecían quemar los espejuelos, conversando, recibiendo en su casa, como ya era costumbre en los últimos diez años, a mandatarios y personalidades de todo el mundo que llegaban a la Isla.
Las portadas de los diarios hablaban de la tarde anterior, del encuentro entre él y Tran Dai Quang, mandatario de la República Socialista de Vietnam. De nuevo sabíamos de Fidel por los medios y nos animaba verlo. «Se ve bien, hasta recibió al presidente de Vietnam», decían algunas voces que parecían ponerse de acuerdo en la frase. Alguien desde el extranjero, mediante las redes sociales, comentó: «Alegría en el pueblo cubano...; no existirá noticia más alentadora para los fidelistas que saber que nuestro padre se mantiene muy bien de salud».
Porque él estaba presente, lo sentíamos combatiendo todavía, y aunque ya no hablara por más de seis horas en televisión o apareciera de imprevisto en cualquier rincón de Cuba, estaba ahí. Esa mañana fresca de noviembre, no podían saber los que abrieron la mirada ante las páginas de los periódicos, ni siquiera el visitante vietnamita, que sería él quien acompañaría a Fidel en sus últimas fotos públicas.
Con su sabia virtud de anticiparse a lo que está por venir, unos meses antes, en abril, durante la clausura del Séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba, él se despidió. «Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno...». Y quien hablaba era un hombre con casi noventa agostos encima, vestido de otra manera, pero con el pensamiento revolucionario del veinteañero que en 1953 asaltó con un puñado de muchachos el cuartel Moncada en Santiago de Cuba, la segunda fortaleza militar del país. Era el mismo de la prisión y del exilio en México que a finales de 1956 desembarcó en un yate pequeño con ochentaiún inexpertos guerrilleros y, luego en la Sierra Maestra, con unos pocos inició la lucha y venció en veinticinco meses al poderoso ejército de la dictadura de Fulgencio Batista, que desde 1952 había golpeado el futuro de Cuba.
Fidel, el hombre que vivió ciento ochenta años porque apenas dormía, por casi cincuenta eneros dirigió los destinos del país. Desde el inicio de su gobierno habló claro, alertó que el camino no sería fácil; y no por eso dejaron los cubanos de acompañar a quien convirtió la Isla en una nación digna, en el único país latinoamericano sin desnutrición infantil ni problemas por drogas, con la esperanza de vida más alta, una escolarización del ciento por ciento y ningún niño viviendo en la calle.
Por eso lo querían tanto y hubo miedo a perderlo desde mucho antes del triunfo; pero, sobre todo, desde aquel verano de 2006. El Comandante enfermó y, días después, el 31 de julio, hizo público su padecimiento. Entonces, en su proclama, escribió al pueblo, como siempre, con la verdad:
«Con motivo del enorme esfuerzo realizado para visitar la ciudad argentina de Córdoba, participar en la Reunión del Mercosur, en la clausura de la Cumbre de los Pueblos en la histórica Universidad de Córdoba y en la visita a Altagracia, la ciudad donde vivió el Che en su infancia y unido a esto asistir de inmediato a la conmemoración del 53 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953, en las provincias de Granma y Holguín, días y noches de trabajo continuo sin apenas dormir dieron lugar a que mi salud, que ha resistido todas las pruebas, se sometiera a un estrés extremo y se quebrantara. Esto me provocó una crisis intestinal aguda con sangramiento sostenido que me obligó a enfrentar una complicada operación quirúrgica. Todos los detalles de este accidente de salud constan en las radiografías, endoscopías y materiales filmados. La operación me obliga a permanecer varias semanas de reposo, alejado de mis responsabilidades y cargos».
Entonces delegó, provisionalmente, sus funciones de primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, en el General de Ejército Raúl Castro Ruz, quien era segundo secretario del PCC, primer vicepresidente del país y ministro de las FAR.
No se trataba del riesgo ante uno de los más de seiscientos atentados; frente a eso la seguridad lo protegía, la gente lo cuidaba. Esta vez era el tiempo dando pelea, recordándonos que él también era un ser humano; y, aunque nadie puede vencer los relojes o burlarse de la muerte, para muchos, Fidel no era igual a los demás.
La enfermedad no le permitió retomar los cargos anteriores; y en la tarde del domingo 24 de febrero de 2008, la Asamblea Nacional del Poder Popular eligió como presidente de los Consejos de Estado y de Ministros a Raúl Castro Ruz.
«Asumo la responsabilidad que se me encomienda con la convicción de que, como he afirmado muchas veces, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana es uno solo.
»Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien. Fidel es insustituible y el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente. Aunque siempre lo estarán sus ideas, que han hecho posible levantar el bastión de dignidad y justicia que nuestro país representa.
»[...] seguro de expresar el sentir de nuestro pueblo, solicito a esta Asamblea, como órgano supremo del poder del Estado, que las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la nación, sobre todo las vinculadas a la defensa, la política exterior y el desarrollo socioeconómico del país, me permita continuar consultándolas al líder de la Revolución, el compañero Fidel Castro Ruz.
»[...] Tener presente siempre algo que gustaba repetir Raúl Roa a sus íntimos: “Fidel oye la hierba crecer y ve lo que está pasando al doblar de la esquina”».
Y así ocurrió, ni un minuto dejó Cuba de ser lo que siempre fue para él. Los diarios publicaban sus reflexiones y a menudo aparecía en una foto. Ante cualquier tema del acontecer político, económico, internacional o social de la Isla que se hablara en las casas... la gente se preguntaba: «¿Qué dirá Fidel?» Y enseguida hacía saber su opinión, que era brújula cierta para el barco del país. El Comandante estaba aún en la vanguardia de la lucha.
Por eso, cuando antes de la medianoche del 25 de noviembre de 2016 otra vez el presidente Raúl Castro, su hermano en la vida y la lucha, anunció en el último noticiario lo que no queríamos escuchar, a Cuba no le quedó más que silencio y tristeza.
«Querido pueblo de Cuba:
»Con profundo dolor comparezco para informar a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo, que hoy 25 de noviembre del 2016, a las 10:29 horas de la noche, falleció el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz.
»En cumplimiento de la voluntad expresa del compañero Fidel, sus restos serán cremados.
»En las primeras horas de mañana sábado 26, la Comisión Organizadora de los funerales brindará a nuestro pueblo una información detallada sobre la organización del homenaje póstumo que se le tributará al fundador de la Revolución Cubana.
»¡Hasta la victoria siempre!».
Y ya Cuba no durmió más. Como ancianas desveladas muchas casas en los barrios prendieron las luces. Hubo quien salió a la calle pues el techo le parecía caérsele encima. Una mujer le escribió versos. Una abuela buscó fotos del Comandante que tenía guardadas. Un músico militar se sentó al piano y compuso la canción que pasados ocho días se estrenaría en el cementerio de Santa Ifigenia. Hubo quien ni escuchando a Raúl podía creerlo. Sería esa la madrugada más larga que ha vivido un país.
Amanece oliendo a humo de velas, sollozo, fotos empolvadas, recuerdos queridos, tristeza... Es 26 de noviembre, el primero de los nueve días de duelo. «Todos sabíamos que estaba enfermo, pero nadie quería que se muriera», comentaron las voces que otra vez parecían ponerse de acuerdo. Después de tantos empeños en los últimos diez años, como un rumoreo de gotas, el cuerpo de Fidel se nos fue, de poco a poco.
Raúl lo había anticipado, y la Comisión Organizadora informa que «a partir del 28 de noviembre, desde las 09:00 hasta las 22:00 horas, en el Memorial José Martí, la población de la capital podrá acudir a rendirle merecido homenaje a su líder, el cual se extenderá hasta el 29 de noviembre en el horario comprendido entre 09:00 y las 12:00 horas».
Los días 28 y el 29 de noviembre, entre las 09:00 y las 22:00 horas, en los lugares que se informarán oportunamente en cada localidad, incluida la capital, todos los cubanos tendremos la posibilidad de rendir homenaje y firmar el solemne juramento de cumplir el concepto de Revolución, expresado por nuestro líder histórico el primero de mayo del 2000, como expresión de la voluntad de dar continuidad a sus ideas y a nuestro socialismo.
El día 29 de noviembre, a las 19:00 horas, se realizará un acto de masas en la Plaza de la Revolución José Martí de la capital. Al día siguiente se iniciará el traslado de sus cenizas por el itinerario que rememora la Caravana de la Libertad en enero de 1959, hasta la provincia de Santiago de Cuba, donde concluirá el día 3 de diciembre. Este propio día, a las 19:00 horas, se realizará un acto de masas en la Plaza Antonio Maceo. La ceremonia de inhumación se efectuará a las 07:00 horas del día 4 de diciembre en el cementerio de Santa Ifigenia.
Ya es sábado y hay poca gente en la calle. El día se niega a avanzar. Como pájaros mareados caen los minutos. Caras pensativas y serias llenan los ómnibus. El aire pesa. Los cubanos lloran hasta por dentro. Ha muerto su líder.
«Se fue y nos legó la Revolución. Es un padre, un abuelo, pero siempre será el joven que estudió Derecho, vino en el yate Granma y peleó en la Sierra», dice una alumna de Periodismo que después de escuchar la noticia por sus amigos no podía creerlo. «Entonces llamé a la casa y supe del comunicado de Raúl. Todos estamos tristes porque Fidel hizo mucho por Cuba. Con su ida perdemos un poco de nosotros mismos», cuenta.
Este 26 de noviembre, desde varias partes del mundo llegan cartas, telegramas y mensajes de solidaridad por el dolor de los cubanos. Provenientes del Vaticano, en Roma, reciben las manos de Raúl las palabras de la máxima autoridad de la Iglesia Católica, el papa Francisco:
«Excelentísimo Señor Raúl Modesto Castro Ruz, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba.
»La Habana
»Al recibir la triste noticia del fallecimiento de su querido hermano, el Excelentísimo Señor Fidel Alejandro Castro Ruz, expresidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, expreso mis sentimientos de pesar a vuestra Excelencia y a los demás familiares del difunto dignatario, así como al Gobierno y al pueblo de esa amada nación.
»Al mismo tiempo, ofrezco plegarias al señor por su descanso y confío a todo el pueblo cubano a la materna intercesión de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, patrona de ese país».
En la noche del sábado, la escalinata que tantas veces subió cuando era estudiante de Derecho y donde dijo que se hizo revolucionario, se llena de velas ante fotos suyas, y los alumnos convierten los peldaños en un altar para él.
El domingo también amanece triste. Detrás del mostrador de una farmacia, la joven dependiente comenta que el Comandante «fue un hombre muy grande, único. Igual no habrá otro. Le debemos todo. Estudiamos y tenemos salud por él. Mira, sin Fidel, a Cuba le faltarán muchos pedazos. Hoy el reloj sonó y no tenía ganas de despertar, pero él me enseñó que hay que echar pa’lante. Me levanté y aquí estoy trabajando».
Tratando de no quebrarse en piezas hay corazones desde hace más de setentaidós horas; pues el lunes tiene el mismo latido de los dos días anteriores. Dolida como está, Cuba se refugia en sus palabras, recuerdos, en las veces que con la energía de los huracanes lo sintió llamar a la lucha.
«Te extrañamos mucho gran amigo, mucho. El pueblo te quiere y más te quiero yo, padre barbudo», se lee en una de las cartas sobre el mar de cintas y rosas a la entrada del Memorial José Martí, en la capital, donde, desde las 9:00 de la mañana de este lunes 28 de noviembre se han dispuesto salas, como en cada poblado de la Isla, con la imagen de Fidel para que el pueblo vaya a rendirle tributo. Allí, millones de cubanos, con su firma, le aseguran al líder que continuarán su obra siendo fieles a la esencia de lo que es una Revolución, concepto que él definió en esta misma plaza el 1.o de mayo de 2000.
Tres filas interminables de gente llegan hasta allá, al mismo lugar en el que tantas veces habló. Una muchacha con las medallas de su padre fallecido puestas en el pecho lo visita a nombre de los dos; un camarero le lleva las fotos de cuando le sirvió en varias recepciones; una joven trae una carta de su madre y una rosa de su jardín; otros, poemas, flores...
La urna con las cenizas de Fidel descansa desde el día 26 sobre un pedestal en la Sala Granma del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar).
El lazo espiritual de un hombre con su pueblo hace que ante su imagen de guerrillero con mochila y fusil pase toda Cuba. Dicen que en la plaza, por estos días, se está más cerca de él. Hasta allá han ido personalidades de la cultura, el deporte, las ciencias, extranjeros; generales, oficiales, cadetes, camilitos, sargentos, soldados, católicos, protestantes, espiritistas, limitados físicos, madres, ancianos con bastones, padres con niños en los coches, abuelos con sus nietos...
Y llegó también una anciana oriunda de Cabacú, en las cercanías de la ciudad oriental de Baracoa; una de los cientos de jóvenes campesinas que en 1960 trajeron a La Habana Celia y Fidel para estudiar Corte y Costura. Hoy, mientras camina y llora frente a la fotografía del Comandante, recuerda cuando fue la mejor graduada de su promoción y él le entregó su título.
Una madre y su hija vestida de uniforme con pañoleta roja pasan llorosas. Cercana, con un pañuelo, intenta secar sus lágrimas y su dolor una anciana en silla de ruedas. Afuera, una joven de rostro serio con boina oscura de estrella dorada, espera su momento con el Comandante en la fila crecida. También lo hace otra que en el brazo derecho se ha escrito: «Te quiero Fidel»; y en el puño: «Fidel soy yo» junto a una pequeña bandera cubana.
Sollozan y salen con la vista caída. Una señora mayor lo hace llorando y antes de abandonar el Memorial se detiene, cierra los ojos, entrelaza los dedos y reza.
De Birán, donde está la casona sobre horcones de caguairán que sintió nacer a Fidel en 1926, es también el padre del cantante Waldo Mendoza quien, con sus dos hijos pequeños, su esposa y los recuerdos del pueblito holguinero, pasa cerca de la medianoche de este 28 de noviembre ante el Comandante.
Desde la fortaleza de San Carlos de la Cabaña estremecen a La Habana veintiuna salvas de artillería. Al mismo tiempo, igual número de cañonazos se escuchan en Santiago de Cuba.
Del martes 29 al sábado 3 de diciembre, Cuba sentirá el estruendo doloroso de una salva de cañón cada hora entre las 6:00 de la mañana y las 6:00 de la tarde. Y el domingo 4 de diciembre en la mañana, cuando en Santa Ifigenia se esté guardando el tesoro, otras veintiuna, tanto en Santiago como en la capital, conmoverán a toda la Isla.
Diría el diputado e intelectual Eusebio Leal Spengler un mes después, en el Parlamento cubano, al discutirse el proyecto de ley sobre el uso del nombre y la figura de Fidel, que «desde el alba hasta el poniente se hizo una salva de cañón, manteniendo en vilo a la opinión pública. Debo aclarar que esto solo ocurrió una vez en la historia de Cuba, cuando murió Máximo Gómez y se ordenó tal duelo para que se supiera que caía uno de los últimos grandes libertadores, si no el último libertador del continente americano».
Al otro amanecer siguen las filas alimentándose de cubanos. Muchos con dolor íntimo o dolor visible. Las primeras para entrar en uno de los accesos son dos pioneras, una aún sin pañoleta y la otra con un nudo azul en el pecho. Sujetan una foto grande del Comandante con el pelo blanco y los ojos vivos. Junto a sus madres aguardan por su instante de homenaje.
Cuba está llena de miradas cansadas de llanto, caras tristes, y se angustia ante las manos de una señora negra y gruesa que se da golpecitos en la frente como forzando a que entre en su cabeza la idea de que el cuerpo de Fidel murió.
Las rosas y las cartas siguen llegándole hasta aquí. Una madre arrodillada junto a todas las flores y las cintas ayuda a su pequeño de unos tres años a dejarle, cual recuerdo querido, una foto suya al Comandante. Cerca de los dos, un coche con una edición gastada por los años de La Edad de Oro, de José Martí, espera tal vez ser bendecida en este lugar.
Un niño entra a la plaza con un dibujo propio que, aún con trazos imprecisos, deja ver al Comandante frente a unos micrófonos, «porque él siempre hablaba en la televisión», explica quien pronto aprenderá en la escuela a escribir la letra F con la que empieza el nombre de Fidel.
Por esa imagen de pequeños ante las pizarras luchó también Pedro Gutiérrez Santos, uno de los muchachos que en julio de 1953 disparó a los muros del cuartel santiaguero y ahora, encanecido a sus ochentaitrés años, deja que su hijo lo lleve, en sillón de ruedas, hasta el Memorial. «Si en el Moncada y otros momentos difíciles lo acompañé, no podía faltar aquí. Él es un padre para todos», y tras sus palabras, los pasos de cubanos que entran y salen del recinto no se detienen.
Así pasan los días 28 y 29. Más de cinco horas puede durar la espera en las filas, pero siguen inmensas, con gente que llega de todas partes. Los habaneros saben que Fidel marchará hacia el oriente para dormir la eternidad en Santiago, y ninguno quiere que se vaya sin decirle adiós.
Después de dos días de honores, la última guardia, el 29, cierra a las doce del mediodía en la plaza con los integrantes del Buró Político y el Consejo de Estado. En firme y escoltado por miembros de la Unidad de Ceremonia del Estado Mayor General, el presidente Raúl Castro Ruz rinde homenaje a su hermano de sangre y de batalla.
De diferentes unidades militares se seleccionan vehículos, oficiales y soldados para un viaje largo por carretera hacia oriente. Son alrededor de cien personas al mando del coronel Ernest Feijóo Eiro, segundo jefe de la Dirección de Operaciones de las FAR.
Varios carros llegan al parqueo del Minfar. Se les da orden de caravana y comprueban las comunicaciones entre ellos. Mientras, los cubanos, desde todos los rincones de La Habana y de la Isla continúan su homenaje íntimo. A la terminal 1 del Aeropuerto Internacional José Martí arriban personalidades del mundo, entre ellos: mandatarios, primeros ministros, vicepresidentes y presidentes de Parlamento de más de quince naciones.
Esta noche del 29 la plaza se llena de jóvenes, de pueblo. Parece que el Comandante en Jefe va a hablar. Alumnos de las escuelas militares Camilo Cienfuegos levantan a la vez muchas estampas con la misma foto de Fidel, esa que ha presidido todos los sitios donde en los últimos días se le ha rendido tributo.
Entre la multitud, un pequeño de unos cinco años sobre los hombros de su padre alza un teléfono celular que en toda la pantalla pone RAÚL, para que sepa el general cuánto lo quieren los niños y que los cubanos, en estas horas de hondo dolor, están junto a él.
Ante esos miles de personas, diecisiete autoridades se dirigen al pueblo: los presidentes Jacob Zuma, de Sudáfrica; Salvador Sánchez Cerén, de El Salvador; Hage Gottfried, de Namibia; Enrique Peña Nieto, de México; Daniel Ortega, de Nicaragua; Evo Morales, de Bolivia; Nicolás Maduro, de Venezuela; y Rafael Correa, de Ecuador.
También los primeros ministros Roosvelt Skerrit, de Dominica, y Alexis Tsipras, de Grecia; los vicepresidentes Li Yuanchao, de China, y Majid Ansari, de la República Islámica de Irán; así como Viachesalav Volodin, presidente de la Nueva Duma Estatal de Rusia; Nguyen Thi Kim Ngam, presidenta del Parlamento vietnamita; y Abdelkander Ben Salah, presidente del Consejo de la Nación de Argelia.
Además, hablaron a Cuba desde la plaza habanera el emir padre Hamad Bin Jalifa Al Thani, en representación del Estado de Catar y Viktor Sheiman, enviado especial de la República Bielorrusia.
«¿Dónde está Fidel?», pregunta Daniel Ortega, su amigo y mandatario nicaragüense, y un sinnúmero de voces le responde: «¡Aquí! ¡Aquí!» Y luego: «¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!»
Evo Morales, el presidente boliviano, dice: «Fidel no ha muerto, porque las luchas no cesan [...] Fidel está por encima de su propia vida [...] Personalmente lo extrañaré, habrá una ausencia, quién me enseñará, quién me reflexionará, quién me cuidará...».
Las palabras de Rafael Correa, dignatario de Ecuador, también estremecen la plaza: «Murió invicto, solo el inexorable paso de los años lo pudo derrotar [...] Murió haciendo honor a su nombre: Fidel, digno de fe [...] Muchas gracias, Fidel; muchas gracias, pueblo cubano. La mayoría te amó con pasión, una minoría te odió; pero nadie pudo ignorarte».
Y recuerda el presidente venezolano Nicolás Maduro las palabras de Fidel a él y a Evo Morales el 13 de agosto de 2015, cuando el Comandante cumplía ochentainueve años:
«[...] en una larga conversación de pronto nos vio a los ojos con su mirada de águila y nos dijo: «Maduro, Evo, yo los acompaño hasta los noventa años». Y yo le dije sorprendido, porque Fidel todo lo que decía lo cumplía, le dije: «No, Comandante, no nos puede dejar». Y él me miró con mirada compasiva como de un padre a un niño y me dijo: «Ya yo hice lo que tenía que hacer, ahora les toca a ustedes» [...] Contundente, inobjetable. Ahora nos toca a nosotros y a nosotras. ¡Es así, Fidel!».
Tras aplausos y exclamaciones de un pueblo que siente vivo a su líder, la voz herida de Raúl se levanta: «Fidel consagró toda su vida a la solidaridad y encabezó una Revolución socialista “de los humildes, por los humildes y para los humildes”, que se convirtió en un símbolo de la lucha anticolonialista, antiapartheid y antimperialista, por la emancipación y la dignidad de los pueblos. Sus vibrantes palabras resuenan hoy en esta plaza (...)».
Los relojes marcan las 10:55 de la noche. Mientras Fidel, desde imágenes históricas es visto por todos en los últimos minutos de la concentración, y hay lágrimas y vacío, y se escucha la canción Su nombre es pueblo, cantada por Sara González; un cofre de cedro, aún sin terminar de secar la pintura, llega en las manos de sus fabricantes hasta el Minfar, donde varios carros se alistan y a un armón verde olivo le ajustan cierres y seguros.
Como prisioneras tristes pasan las horas. Es cerca de las 5:00 de la madrugada del 30 de noviembre de 2016 y en la Sala Granma, a la vista de algunos jefes y después de las manos familiares, los guantes blancos de un hombre con dos estrellas en el uniforme son los primeros en tocar la urna cineraria. Son las mismas manos que antes le colocaron al cofre un nombre con letras doradas: Fidel Castro Ruz.
Dos sargentos de primera lo sostienen mientras el soldado de las estrellas, como quien toma lo más preciado, guarda la urna allí y lo devuelve al pedestal para luego ponerle encima una bandera cubana. Dicen que el Comandante está dentro de ese cofre siendo más presencia que adiós. Ante esa imagen, quienes están en la Sala se despiden de Fidel. Faltan menos de dos horas para que inicie el viaje.