Mongo Castro en el recuerdo de los viejos amigos del Valle
Nacionales

En el centenario del nacimiento de Ramón Castro Ruz, Héroe del Trabajo de la República de Cuba, tres de sus compañeros en uno de los proyectos agropecuarios que dirigiera durante décadas, evocan sus valores humanos y la impronta que dejó en el pueblo.
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Aquel domingo de 1972 el Sol se escurría tras las verdes montañas del Valle de Picadura, en las tierras madrugueras al este de La Habana, hoy Mayabeque, cuando a Nicolás Echeverría, un joven ingeniero agrónomo recién llegado a esos predios, le llamó la atención el sonido de un buldócer trabajando aún a esas horas en el último día de la semana.

Los rugidos del brazo metálico removiendo y levantando la tierra venían de lo alto de una loma. «Fui hasta allá, subí a la cima y cuando llegué vi a Ramón, con su traje característico e inseparable, de miliciano, manejando personalmente la máquina». Ese es el retrato del mayor de los varones de Ángel Castro y Lina Ruz que atesora Nicolás de la primera vez que vio a Mongo, como cariñosamente muchos le llamaban, y a quien las labores del campo apasionaron desde que era un chiquillo en su natal batey de Birán.

Nicolás Echeverría

Con trece libras de peso llegó al mundo el 14 de octubre de 1924, y en ese pedazo del Oriente cubano, bajo arboledas y entre cañaverales casi infinitos, aprendió a pastorear la boyada abriéndose paso por la talanquera, a amar las estancias, sus frutos, y todos aquellos detalles de la cotidianidad que, a sus ojos, eran verdaderos milagros de la naturaleza. 

Al Valle de Picadura llegó a fines de los años 60 para desarrollar uno de los planes genéticos y ganaderos más importantes de Cuba; y desde su arribo, como mismo había visto hacer a sus padres toda la vida, se entregó altrabajo sin horarios ni escatimar esfuerzos. «Él lo mismo estaba en el jeep, a pie, encima de un tractor, o en un camión tirando rocoso, donde quiera, se aparecía por cualquier lugar», asegura Félix Pérez Carrión,hasta hace muy poco subdirector de la Empresa Genética del Este, la que hoy administra el proyecto del Valle; y quien también, siendo muy joven, conoció a Ramón. Por eso, aunque han pasado los años, afirma que «en Picadura todo recuerda a él, porque estaba en todos lados, y siempre abierto a la ciencia, a las cosas nuevas».

Rodrigo Tumbarell Regueifeiros

Otro de esos que mantienen vivo a Mongo en la memoria es Rodrigo Tumbarell Regueifeiros. Era médico veterinario de las crías de los cercanos potreros de Flor de Itabo cuando una vez requirieron sus servicios para atender a una vaca que estaba de parto en Picadura, y luego de esto, Ramón le pidió que se quedara trabajando allí, donde echó raíces y ocupó varias responsabilidades.

«Yo era secretario del núcleo del Partido donde él militaba y más disciplinado que Mongo no lo había. Además, lo recuerdo como si fuera el padre mío; se portó muy bien conmigo cuando sufrí un accidente en Angola y tuve que regresar en una camilla. Me ingresaron en el hospital Hermanos Ameijeiras, y Mongo iba a verme todos los días».

Ramón era sensible, humano, noble, justo y crítico ante lo mal hecho. Desde los meses de lucha en la Sierra contra la dictadura de Batista apoyó a sus hermanos Fidel y Raúl, cooperó con el Movimiento 26 de Julio, organizó una de las redes de suministros que abastecían al Segundo Frente Oriental Frank País y supo labrar, a fuerza de entrega y trabajo, su propio camino en la historia de la Revolución.

«Nunca abusó ni utilizó el nombre de sus hermanos, siempre se veía como un hombre de campo, trabajador, no ostentaba nada. Hablar de él en esta zona es hablar de un dios, porque se ganó el afecto y el cariño de la gente, precisamente por sus características de persona honrada, humilde, de ayudar y cuidar a la gente, de luchar contra lo mal hecho», refiere Nicolás a la altura ya de sus 82 años, y recuerda sus orígenes de Guane, la tierra pinareña que vio nacer a Lina, un detalle que, Ramón aseguraba, había granjeado el inicio de su amistad.

Por eso en Picadura y en otros sitios de Cuba está la huella de Mongo Castro; y aunque pasen infalibles los almanaques, cuando los antiguos compañeros conversan sobre el pasado, entre las palmas altísimas del pródigo valle surgen las anécdotas sobre él. 

Félix Pérez Carrión

«Yo he leído mucho también de cuando mediaba, en su adolescencia, entre Fidel y Raúl, por discordias en las escuelas. Siempre fue, más o menos, el sustituto del padre», dice Félix, como una reminiscencia de aquellos tiempos en que los tres hermanos asistían a los colegios de La Salle o Dolores, en Santiago de Cuba.

Y acota entonces Nicolás: «Él siempre hablaba mucho de las cosas de Raúl, que era el más chiquito, que era muy maldito, y él lo apoyaba»; y así mismo sucedía, pues Ramón asumía la postura de juez y trataba de impartir justicia lo mejor que podía entre los menores, que no perdían oportunidad para provocarse y molestarse el uno al otro.

En las noches, cuando estaban solos en el cuarto, grandes eran las discusiones para ver quién apagaba la luz, las que comenzaban por palabras, seguían con almohadas volando por todos lados y no terminaban hasta que él, con su proverbial paciencia, se levantaba y al fin tocaba el polémico interruptor de la bombilla.

Además, cuando se habla de los hermanos Castro-Ruz en Picadura, siempre cuentan sobre la gran semejanza física que existía entre los dos mayores. «Tú veías a Mongo y veías a Fidel, aunque nunca se puso camisas verde olivo. Realmente eran muy parecidos», relata Félix; y advierte Nicolás: «Nosotros le decíamos a veces, en broma: “Mongo, pero usted se parece mucho a Fidel”, y él nos decía: “No, Fidel se parece a mí, porque yo soy más viejo”».

El viento mece las frondas y el Sol empieza a irse como aquella tarde de 1972, en busca del abrigo de las alturas del valle. Allí, a pesar de huracanes y el paso del tiempo, permanecen de pie las 42 vaquerías de horcones robustos, techo de tejas francesas y amplios cuartones que Mongo junto a su gente construyó hace casi 60 años.

Muchos de los que lo acompañaron enaquella etapa, ya no están, pero Nicolás, Rodrigo y Félix, de los pocos viejos amigos que todavía viven, siguen alentando sus remembranzas y se encargan de mantener altiva su historia. «Mongo se debe de recordar en todo momento, porque hizo mucho por este país y por Picadura», sintetiza Rodrigo.

Y es que el mejor homenaje al Héroe del Trabajo en su centenario, es que se siga recuperando la ganadería como se está tratando hoy en la Empresa Genética del Este, aunque los resultados productivos no se comparen con los de épocas pasadas. 

A Picadura Mongo Castro le consagró décadas de esfuerzos y volvió una y otra vez hasta en los años finales de su larga existencia, quizás porque en ese valle encontró, entre la humildad de su gente y la fertilidad de sus suelos, los tiempos de su niñez y juventud bajo los cedros olorosos de Birán.